El rol político del
trabajo social:
un desafío de ruptura con
la matriz capitalista neoliberal
“Mi cuestión no es negar la politicidad y la directividad del educador o de la educadora, tarea por
lo demás imposible de convertir en acto, sino, asumiéndolas, vivir plenamente
la coherencia de mi opción democrática con mi práctica educativa, igualmente
democrática”. Paulo Freire
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Introducción
Para el abordaje de este
tema, no partiré haciendo un análisis histórico del trabajo social, dado que
no es el propósito de este documento
hacer una revisión histórica de la asistencia social, de lo cual por cierto, se
encuentra una amplia variedad de literatura al respecto. Pero sí vale recordar,
que existe en la génesis de la asistencia social, una fuerte influencia del
cristianismo por un lado, y luego ya en el proceso de profesionalización de la
ayuda social, una concepción de carácter
racionalista, fundamentada en términos generales, en una combinación de la
razón y la empiria, por un lado, y de la ciencia y la técnica por otro, característico
del paradigma dominante de la modernidad, y que permitió entre otras cosas, el
auge del capitalismo. Sobre ello Ibáñez (2001: 84) nos ilustra al señalar que:
“La modernidad nace a la par de un conjunto de innovaciones tecnológicas, que
darán origen a un nuevo modo de producción. Este se irá
configurando lentamente como el modo de
producción capitalista dando luz al proceso de la industrialización”.
Es así entonces que esta nueva forma de mirar
el mundo social, sustentada en la racionalidad, no sólo permite el auge del
capitalismo, sino que el trabajo social como parte de este modelo, está fuertemente dominado por la concepción racionalista.
Esto en el ámbito de la
asistencialidad, se traduce, no sólo en la profesionalización de la ayuda
social, sino que además en la tecnificación en dicho proceso. Entonces en este
sentido, a pesar de que no profundizaré en el desarrollo histórico del trabajo
social, igual me aventuraré en desarrollar
algunas reflexiones críticas respecto de la génesis de la profesión. A partir
de ello, iré armando ciertos lineamientos,
para respaldar mi primera tesis:
el trabajo social surge desde el interior del capitalismo y en consecuencia,
ha reproducido la exclusión social o
mantenido un statu quo.
Por lo tanto se sostiene
que el pecado original -por
decirlo de alguna forma- del trabajo social, es ser producto del capitalismo, y
haber continuado su desarrollo ligado a éste, y no enfrentado con el
capitalismo[i].
Pero además de operar como un recurso de éste, para minimizar, invisibilizar o
negar determinadas prácticas de dominación, explotación y exclusión
social, hoy llevadas a un extremo
darviniano, con el triunfalismo del neoliberalismo en la mayoría de los países
latinoamericanos, y particularmente en Chile, en donde el ethos neoliberal cobra mayor sentido
y significado, no sólo por las desigualdades que ha provocado, o por sus
efectos nefastos en toda la dinámica social y cultural, sino por la forma misma
en que éste se impone.
Vale mencionar que el
neoliberalismo en Chile irrumpe en el mundo por la mano sanguinaria de la
dictadura de Pinochet, una dictadura facista que duró diecisiete años que dejó
instalado un sistema jurídico, social, cultural y ético, que los gobiernos de
la Concertación[ii]
no han sido capaces –o no han tenido la voluntad política- de cambiar, sino
que, por el contrario, han seguido administrando, salvo algunos maquillajes que
más que en un cambio real, se dan en el ámbito del discurso y la retórica. Pero
como bien lo refiere el dicho popular, aunque la mona se vista de seda mona
queda. Lo que bien podría ser que, aunque el neoliberalismo se vista de
humanista y democrático imperialista se queda.
La segunda tesis guarda
una estrecha relación con lo planteado anteriormente y, por lo tanto, se
sostiene lo siguiente: el trabajo social ha negado su rol político como
mecanismo de autorrepresión respecto de su propio sometimiento a la ideología
capitalista-neoliberal, y a los intereses y prácticas dominantes y hegemónicas
de este sistema. Pero asimismo esta negación, en la práctica se traduce en
una inconciente o irreflexiva acción
política, que ubica al trabajo social
como un eficiente recurso de contención de las prácticas y movimientos
emancipadores que podrían generarse desde los sectores excluidos. Por lo tanto,
este no-cuestionamiento demanda de la profesión, una profunda revisión ética y política de nuestras
prácticas y nuestros saberes.
Entonces, a partir de las
dos tesis anteriores es que se postula como una síntesis, que el trabajo social
debe emanciparse de la dominación ideológica del neoliberalismo, y asumir su
inmejorable rol político e histórico en la dinámica social, y en la utópica aventura de construir una sociedad
más justa, más solidaria y más democrática. En este espacio de relaciones de
poder, es que el trabajo social en cuanto sistema de representaciones sociales
e ideológicas debe definir, clarificar políticamente en qué lado del conflicto se sitúa, lo cual
significaría en definitiva, reconocerse como un recurso instrumental de la
ideología dominante y hegemónica, o como un espacio y mecanismo de lucha de los
sectores dominados.
1.- ¿Son los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales agentes
de cambio?
Si partimos de la tesis
de que el trabajo social surge desde
el interior del capitalismo, y que por lo tanto su accionar conlleva a una
reproducción de la exclusión social o mantenimiento de un statu quo, y para aventurarse en
responder a este cuestionamiento, vale la pena apoyarse en Barrantes (1999)
cuando se pregunta ¿Qué es eso que llaman trabajo social? Una pregunta que bien
podría ser revisada desde lo ontológico,
y desde ahí develar el ser
del trabajo social, y fenomenológicamente sus significados trascendentales de
ese ser. O incluso podríamos afirmar desde un realismo ontológico, que el trabajo social es, independiente de los trabajadores sociales y las trabajadoras
sociales. ¿Pero cómo llegó a ser?
Sería otra pregunta en esta línea. Entonces, si entramos con este
cuestionamiento que hace Barrantes, desde lo ontológico (vale decir que esto no
es lo que desarrolla el autor, a pesar que igual se esbozan análisis en dicha
línea, sino más bien lo que hay es una reflexión epistemológica), lo cual en sí, resulta bastante interesante y desafiante.
Aprovechándome de la
pregunta de Barrantes, nos involucramos en una reflexión ontológica, que nos
permita develar el ser mismo del trabajo social, es decir, qué es el trabajo social. Lo cual además, desde la fenomenología,
podríamos interpelarnos en la siguiente pregunta ¿cuál es la esencia, su
sentido en el mundo de lo social, o en la realidad construida? (realidad construida
y no dada); es decir, cuáles son sus significados en el ámbito de lo
relacional, de lo intersubjetivo, de las alteridades en interacción. Y sobre
esto mismo, podríamos ir un poco más
allá, y preguntarnos por su esencia política. Pero aquí es donde chocamos con
una muralla que nos impide avanzar hacia
la reflexión de esa dinámica relacional, en donde nos situamos en una dualidad
de roles: de poder y de dominación. Aquí es donde muchas veces, aparecen
nuestros más ocultos, reprimidos miedos, nuestros fantasmas, y nos negamos a
preguntarnos sobre este aspecto oscuro, malévolo y siniestro para ciertos tipos
de discurso, tanto dentro del trabajo social, como fuera de éste, en toda su
expresión societal.
Esta no-reflexión
política, la negación de lo político es talvez, porque presumimos una respuesta
que no queremos escuchar, o no queremos aceptar, lo que al final significa lo
mismo; es decir, en la práctica todo va
quedando igual, se continúa haciendo lo que siempre se ha hecho, lo que se nos
dice que hagamos (ya sea desde lo que la formación define como nuestro quehacer
o lo que la burocracia institucional dictamina en nuestros diferentes
trabajos), y como diría Foucault, los unos siguen de un lado y los otros del
otro lado ¿Y en qué lado nos ubicamos nosotros los trabajadoras sociales y las
trabajadoras sociales?
En este último sentido,
asumimos el riesgo de un cuestionamiento desafiante, movilizador y conflictivo, y a la vez político. Porque
más allá de una explicación para una pregunta concreta o la respuesta
políticamente correcta de ésta, nos mueve la necesidad de un proceso reflexivo,
crítico que desemboque en una posibilidad
revolucionaria[iii]
de cambio social. En este marco no me interesa entrar a responder si el trabajo
social es ciencia o tecnología, o si para unos es ciencia o para otros
tecnología, sino que, al servicio
de quién estaría esta ciencia o tecnología, para qué usos y con qué fines. Es
así entonces, que la reflexión y el análisis pasa –o mejor dicho transita-
desde lo ontológico a lo político. Porque es en virtud de los fines declarados en ciertos ethos o
principios, que el trabajo social puede constituirse como un mecanismo de
control social o de mantenimiento de ciertas dinámicas relacionales (Vivero 2007) entre actores participantes en un proceso de intervención[iv].
O por el contrario, romper con esta lógica de dominación, y asumir una práctica
liberadora.
En otras palabras, lo que
es el
trabajo social, se presenta cristalizado en una práctica política. Pero una
práctica política negada o
invisibilizada desde el mundo de la ideología misma en que se construye el trabajo social. Pero sin embargo, esta
reflexión e interpelación política, no está presente en las prácticas de los
trabajadores sociales y las trabajadoras sociales porque la misma ideología
niega esta posibilidad, lo cual está iluminado por su ethos individualista,
pragmático y tecnoburocrático, lo cual se ve reflejado como suerte de
desiderato, en que el trabajador social y la trabajadora social debe ser
imparcial, objetivo y no político. Más bien, el quehacer profesional, está hoy más que nada fundamentado en una
racionalidad de carácter instrumental, que responde también a su génesis
fundada en el positivismo, lo que paradójicamente no sólo es epistemológico en
tanto construcción de conocimiento y forma de dicha construcción, sino que esta
misma concepción que se impone como verdad, es en sí misma política. Pero que
los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales prácticos, por estar
sometidos a cuantificación y objetivación de sus haceres, se niegan a sí mismos
a detenerse en una reflexión de los fundamentos y las consecuencias políticas de su quehacer y de
los saberes que fundamentan dicha acción.
Esta negación de lo
político en Chile, podría tener como explicación e interpretación[v],
la herencia autoritaria tanto de la formación del trabajo social, como de todas
las relaciones sociales, contaminadas con los ethos impuestos por la dictadura
de Pinochet (Vivero
2007),
entre ellos los miedos y traumas, respecto de lo político. Situación
por cierto –con sus naturales y necesarias diferencias- se presenta en toda
nuestra América Latina, que fue azotada por dictaduras militares. Pero
esta negación no sólo se presenta en el
ámbito de la práctica cotidiana del trabajo social, sino que desde la misma formación
se minimiza el rol de lo político[vi].
Esto, como si la noción tecnocrática, se tradujera en la cotidianeidad de la
acción, que los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales nos transformemos en seres indolentes, sin
clase, como si la objetividad y la neutralidad a la vez signifique la más
radical cosificación del otro o la otra y una prohibición casi religiosa, de
cualquier proceso de intersubjetividad con los hombres y mujeres que son
sujetos de la acción
social transformadora[vii].
Es negar la posibilidad de impregnarse, de empapare de los sentidos, de los
significados, de los saberes y de la conciencia revolucionaria que podemos
encontrar en nuestros alter egos.
Esto último sin duda
tiene que ver con una construcción de significados de lo político, de la capacidad
de asumir un poder de transformación desde los actores de la marginalidad, lo
cual es negado implícitamente en la intervención social, fundada en la génesis
de la profesión. Sobre esto Martinelli (1997) es bastante claro en el contenido
político del hacer del trabajo social; a este respecto señala que:
"…la profesión nace
articulada con un proyecto de hegemonía del poder burgués gestada bajo el manto
de una gran contradicción que impregnó sus entrañas, pues producida por el capitalismo industrial, inmersa en él
y con él identificada, como niño en el seno materno (...), buscó afirmar
históricamente (...) como una práctica humanitaria sancionada por el Estado y
protegida por la Iglesia con una mitificada
ilusión de servir".
Entonces, si se puede dar
una respuesta al cuestionamiento que subtitula este apartado -¿son los
trabajadores sociales y las trabajadoras sociales agentes de cambio?- , la
respuesta sería: No, no es un agente de cambio. Esta respuesta que tiene el
riesgo de ser interpretada como una negación, o subestimación del rol arraigado
en el discurso de los y las profesionales de la acción. Pero en realidad esta
respuesta busca poner en cuestionamiento las connotaciones epistemológicas e
ideológicas que este rol carga en sí mismo, una reflexión de cómo éste puede
ser cristalizado en la acción cotidiana. En este sentido, me resulta un tanto soberbio
y arrogante, asumirse como agentes de cambio, sin considerar que el cambio es construido en la
interacción social, con y desde los sectores subalternos, que luchan
diariamente –conciente o inconcientemente- contra la dominación y la exclusión
de la cual son víctimas, desde las más diversas formas y con los más variados
mecanismos simbólicos. Asumirse así, sin cuestionamientos de ser los agentes
del cambio, es ponerse en una condición
de superioridad, respecto de los sectores excluidos con los cuales se desarrolla
la acción transformadora, una concepción autoritaria y excluyente, por el solo hecho de tener un cierto bagaje
de conocimientos y saberes técnico-científicos. Más bien frente a la pregunta
que nos interpela, partiría señalando que los trabajadores sociales y las
trabajadoras sociales son partícipes de un proceso de acción social que podría
estar orientado al cambio o la transformación social.
Sobre lo mismo es
menester señalar, que no toda acción en la cual se participa, conlleva a un
cambio, y en ciertos casos muchas veces
es el y la profesional, quien mandatado explicita o implícitamente[viii] quien coarta la posibilidad de generar un
verdadero cambio social o avanzar en un proceso de acción transformadora. Por
otro lado, estimo que el trabajador social y la trabajadora social en
particular y la profesión en general, no son
ni serán agentes de cambio, sino que a lo cual debemos aspirar es a ser parte de ello, con los otros actores, involucrarnos
activamente en dicho proceso, reconociéndonos en la misma clase y con la misma
utopía revolucionaria[ix].
2.-La negación de lo
político
La lógica postmoderna ha hecho desaparecer lo
político o simplemente lo ha reducido a
una exterioridad corpórea fetichizada, una identificación con lo
exterior al sujeto, una anulación del sujeto político histórico (clase obrera
por ejemplo). Por lo tanto, para que haya política necesariamente deben existir
sujetos concientes, ciudadanos deliberantes. Sin embargo lo que tenemos es un
sujeto que se “hace visible”, que necesita mostrase exteriormente,
superfluamente, para sentirse “ser”, pero sin tener conciencia de su
conciencia. Todo tiene significado en un aquí y en un ahora. Necesito
mostrarme, necesito que me vean para tener posibilidad de ser.
En cambio el sujeto
político, el actor conciente de su rol histórico, es un sujeto que se construye
a partir de su subjetividad, de su interioridad, no requiere mostrarse como cosa vista, sino que trasciende
por sus ideas. Pero esto es un anacronismo que la sociedad posmoderna no tiene
como marco referencial para enfrentar las relaciones societales. Ello por
cierto, también se refleja en el trabajo social. Una despolitización que ha
significado un repliegue del sujeto social al mundo de lo estrictamente
privado, pero absorbido por la fetichización del consumo, como la única alternativa de encontrarse con si mismo. En consecuencia, este
proceso de despolitización se ha traducido en un alejamiento de los actores sociales
de la discusión y decisión política, o
en el mejor de los casos, los ha ubicado en un escenario –o en un rol- de
simples espectadores .Y paradojalmente,
lo político sigue negado, siendo por tanto esto, como una estrategia política de dominación. Pero esta es
una forma simbólica de dominación, no
explícita como lo fue en dictadura. El neoliberalismo se ampara en otros
medios, de carácter simbólicos, pero tal vez más peligrosos, ya que como bien
lo dice Bourdieu (2003: 80-81), “la dominación simbólica es una forma suave de
dominación que se ejerce con la
complicidad arrancada por la fuerza (o inconciente) de aquellos que la sufren”.
Pero esta despolitización
y privatización, son dos caras de una misma moneda, es decir, de una ideología dominante y hegemónica, como lo
es el neoliberalismo. Incluso podríamos decir que existe una privatización y
racionalización –en sentido weberiano- de lo político en un contenido
claramente mercantilista (elecciones de acuerdo a la relación costo-beneficio).
Por lo tanto, lo político dominado por el ethos neoliberal, cuando no es negado, se transforma en una
elección individual, ajustada a
intereses individuales y no a un proyecto de sociedad. En otras palabras, estaríamos
frente a un mercado de lo político, y los trabajadores sociales y las
trabajadoras sociales, al incorporar en su acción de lo político estarían
desarrollando una acción racionalmente mediatizada a los intereses de una
cierta elite.
Por lo tanto –haciendo un
pequeño paréntesis- tomamos a Aguayo (1998), para decir que nuestra acción nos
constituye en cogestores del poder, reafirmando con ello, que somos parte del
sistema hegemónico. La misma autora plantea, además, que:
"…al analizar
las prácticas profesionales de
los trabajadores sociales, se capta que si bien ellas llevan implícito este
vínculo (se refiere a lo ético-político), éstos no han sido desentrañados
convenientemente porque no se ha
cuestionado sus implicancias por parte
nuestra, los profesionales prácticos.
Se observa que se ha tendido a asumir
en forma exagerada las ciencias de acuerdo a las coyunturas sociales
vigentes con una falta de criticidad de los aspectos ético-políticos que están
presentes en la experiencia profesional".
Continuando con la
reflexión que nos interpela este análisis, vemos que por un lado se niega lo
político y por otro, de manera simbólica, se ejerce una acción de carácter
estrictamente político, en donde el trabajo social, es participe de una práctica política, que
majaderamente es negada. Así como es negado en ciertos debates académicos el
estatus científico del trabajo social o se le niega el proceso para avanzar en
dicha línea desde la hegemonía al interior de las ciencias sociales. Pero
siguiendo a Foucault (1991: 69) nos señala que:
“…no es en nombre de una práctica política como
puede juzgarse la cientificidad de una ciencia (al menos que esta pretenda, de un modo u otro ser una teoría de
la política). Pero se puede, en nombre de una práctica política, cuestionar el
modo de existencia y funcionamiento de una ciencia” (Paréntesis
del autor)”.
Es decir, si estimamos
que el trabajo social es una ciencia –sin entrar en el debate académico sobre
ello- es a partir de la existencia, es decir del SER del trabajo social y su
funcionalidad en cuanto a esa existencia, que podemos entrar a discutir
ontológica y políticamente la acción del trabajo social. Incluso podríamos
agregar que este análisis también vale, si se estima que la profesión es una
tecnología social.
Entonces, a propósito de
lo anterior, podríamos plantearnos las siguientes preguntas: ¿Para qué existe
el trabajo social?; ¿a qué intereses responde? Frente a la pasividad, e
irreflexión en el ámbito de la acción práctica del trabajo social, ante las múltiples formas de
exclusión, tanto objetivas como simbólicas, pareciera que su existencia tiene
como finalidad constituirse en un mecanismo de control social, ante el riesgo
de una explosión de conciencia social respecto de su condición de excluidos,
que se traduzca en procesos liberadores de la misma; como síntesis, una
transformación social. Por lo tanto, a lo que vendría responder es a los
intereses de una elite ideológica dominante, que ha tenido el incuestionable
logro de invisibilizar lo político, pero no dejando de hacer política, y en
ello el trabajo social ingenuamente en algunos casos y concientemente en otros
–me atrevo a señalar que así ocurrió durante la dictadura en Chile- ha
desarrollado su acción (política) en beneficio de esta élite.
También podríamos
advertir que la práctica de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales
evidencia una pasividad ante la preocupante expansión del neoliberalismo
globalizante, que inunda e invade todas las prácticas de la vida social y
cultural y de la vida cotidiana en palabras de Schutz (1964). Pero esta
discusión no está presente en la acción profesional, ya que lo que interesa es
cumplir con los objetivos definidos institucionalmente, y no cuestionar o
filosofar sobre algo que no tiene sentido para la intervención científica,
aséptica y objetiva. Esta pragmatización funcional de la intervención profesional[x],
es en un sentido dialéctico, políticamente dominadora.
Pero ante este escenario
de globalización neoliberal, resulta ilustrativa la repregunta de Garretón (2000), respecto
de quiénes son los que efectivamente se
globalizan: ¿las sociedades y la gente o sólo sectores dominantes de ellos? Me
atrevo a responder que toda la sociedad está globalizada, pero no todos se
benefician equitativamente. Más bien todos y todas contribuimos a que unos pocos
se beneficien de ella, pero de acuerdo con sus posibilidades adquisitivas,
infectados por la lógica del consumo, que beneficia, por cierto, a los que más
tienen, y que conlleva a la darviniana
consecuencia de generar cada vez más exclusión y desigualdad social. Es una
nueva forma de esclavización, es la verdadera jaula de hierro de la que
nos hablaba Weber (2004) en su crítica a
la racionalidad instrumental, propia de la filosofía de la modernidad, que nos
amarra al mercado como la única forma de ser. Por el contrario, sin capacidad de consumir, no se es y por lo
tanto se genera, como diría Castel (1997), una completa desafiliación social, es decir, la nada misma.
3.-Construcción de lo
político en la matriz neoliberal.
Garretón (2000:41)
plantea la tesis de que hay una expansión de lo político, con todo el proceso
de democratización en América Latina, pero aparece representado como un aumento
en la participación en los procesos electorales, pero no como un mecanismo que
permitan generar las condiciones para la transformación social, como una utopía
revolucionaria. Su radio de acción –de la política- es cada vez más reducido. Y
agrega Garretón (op. cit: 42) que hay un estrechamiento y debilitamiento “que tiene que ver con las transformaciones
estructurales”. Esto trae como consecuencia, una desestructuración y
atomización de la polis.
Las relaciones hoy se
cimientan en la lógica del consumo, la información y la comunicación, no en lo
político, aunque detrás -negado e invisibilizado- está lo político, como una
microfísica de poder, parafraseando a Foucault. Pareciera entonces, que lo
político sólo funciona en la esfera de lo político, entendido como un sistema
de comunicaciones cerrado autopoiético, en un sentido luhmanniano. Como consecuencia
de esto, es que se hace más difícil que el mundo de los excluidos pueda ser
organizado o articulado en torno a una concepción de clase o “convocado ideológicamente
en nombre de una relación de explotación u opresión a escala nacional”, como
bien lo manifiesta Garretón (2000:47). La exclusión por sí misma, no ha logrado
transformarse en un principio o mecanismo constituyente de una identidad que
oriente una acción política. Para que esto pueda ocurrir, en la sociedad neoliberal, es necesario romper con
los ethos de esta ideología, por lo cual lo político o la reconstrucción de la
sociedad política, necesariamente debe partir por la reconstrucción de la
relación entre el estado y la sociedad (Garretón 2004, 2000; Borón 2003).
Pero en cuanto al rol que
le cabe al trabajo social en tanto posibilidad de acción en la cotidianeidad,
vale hacerse una pregunta de profundo contenido ético y político. Esta pregunta
puede formularse de la siguiente manera: quienes prevén por medio de ciertos
saberes o conocimientos científico-técnicos –en este caso los trabajadores
sociales y las trabajadoras sociales –las funestas consecuencias de la política
neoliberal ¿pueden o deben
permanecer en silencio? Esto, si lo abordamos tomando la finalidad del trabajo
social en su sentido más clásico, resulta una evidente no-asistencia, a los sujetos en riesgo.
Asimismo, esta supuesta neutralidad axiológica, se traduce en la práctica,
en un distanciamiento de aquellos
sectores de la sociedad, que ven en los trabajadores sociales y las
trabajadoras sociales una posibilidad de ser escuchados o de ser acompañados en
el proceso de mejoramiento de sus condiciones de exclusión. Y esto no tiene que
ver sólo con una reflexión de carácter epistemológica, sino que es también de
carácter político, por cuanto plantea la urgente necesidad y el desafío de transformación de la organización social en
la construcción y de producción de conocimiento. Asimismo, del hacer de ese
conocimiento, de la finalidad, del uso de ese conocimiento. Se trata por lo
tanto de cambiar el habitus[xi]
del trabajo social.
Consideraciones finales y
desafíos
Más que hacer
conclusiones sobre los puntos puestos en discusión a lo largo del documento, estimo
pertinente dejar planteado algunas consideraciones y desafíos, que los asumo además
como una convicción personal. De estas convicciones personales, me surgió el
atrevimiento de compartir con las trabajadoras sociales y los trabajadores
sociales, que sientan también la incomodidad de verse enfrentado a prácticas
cotidianas de dominación, que les
imposibilita desarrollar en el ejercicio de la profesión una acción social
transformadora. Pero también es la invitación a quienes se han negado la
posibilidad una reflexión política o que nunca se habían cuestionado esta dimensión
del trabajo social. Para todos y todas, la invitación a avanzar en un proceso
de reflexión y cambio al interior del trabajo social, y en general de las
ciencias sociales, que se constituya en
un aporte para el cambio societal.
Sustentado en mis
utopías, que comparto con ustedes, que entender el trabajo social como una
acción política conciente y racional en el quehacer cotidiano, debe ser pensado
axiológicamante como una política progresista[xii],
orientada a la transformación social con
aquellos sectores en donde el neoliberalismo ha causado estragos, en donde
muestra su verdadera cara, de indolencia y desprecio por los excluidos.
La acción política debe
trascender a lo meramente estatal o la referencia a partidos políticos, y debe
dejar de entenderse como una esfera en donde los trabajadores sociales y las
trabajadoras sociales no deben incursionar, porque ello sólo conlleva a la
hipócrita negación que la acción de estos profesionales, no sea política, y que
la exclusión social no sea producto de las condiciones estructurales generadas
por una determinada elite dominante y hegemónica.
Hay un discurso de
autonegación de la clase tanto del mismo sector con los cuales intervenimos,
como de los trabajadores sociales que no se asumen como parte de la clase
trabajadora.
Pensar el trabajo social
como una práctica política, significa asumir el desafío de la construcción de
nuevos puntos de partida, reconocimiento de nuevos espacios de actuación y
apropiación de nuevos mundos de vida, de creación, de invención de nuevos lenguajes y nuevas formas de pensamiento
geopolítico que nos permitan deconstruir lo establecido al interior del trabajo
social, para luego asumir el desafío de nuevas prácticas sociales, pero
comprometidos políticamente con los sectores oprimidos.
Por esto es que estimo
que, el trabajo social debe constituirse en la “conciencia crítica de la sociedad”. Debe
hacer un permanente cuestionamiento crítico de la sociedad, de sus ideologías,
y por lo tanto del mismo trabajo social, en cuanto representación praxiológica de la(s) ideología(s).
Otro desafío a que nos
llama esta reflexión, tiene que ver con romper con el estado de falsa conciencia
de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales, que conlleva a la
enajenación de los profesionales que participan de la acción social
transformadora. Esto además, se manifiesta en una constitución de un ser-profesional no completo, porque no se puede pensar una
acción social transformadora, si se está sometido a una ideología que cimienta
su esencia en el individualismo y la anulación del otro, en una lógica
darviniana de competencia y exclusión.
Por último, el gran
desafío: romper definitivamente con los lasos invisibles que nos amarran a la matriz capitalista neoliberal, y que nos
empuja a desarrollar prácticas de dominación, y por lo tanto nos constituye en un instrumento más de
diciplinamiento y dominación. Porque
implícito en nuestras práctica está una
manipulación burocrática del saber, el hacer y el poder. Una vez liberado el trabajo social de su supuesto
pecado original, podrá verdaderamente ser parte de los procesos de acción
social, transformación, junto con los sectores excluidos
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Comentarios a la ponencia del profesor
Luis Vivero.
“El rol político del trabajo social: un desafío
de ruptura con la matriz capitalista
neoliberal”
Xiomara Rodríguez de Cordero ●
La comunicación presentada en el I Foro Internacional y I Convención
Nacional de los Trabajadores Sociales y Trabajadoras Sociales de la República Bolivariana
de Venezuela por el profesor Luís Vivero, constituye un planteamiento crítico
de la modernidad que nos introduce en la discusión epistémica del trabajo social, ubicando en su génesis la concepción racionalista, en tanto lógica
que domina las ideologías desarrolladas con la modernidad.
Esta lógica racional de las ciencias humanas (entre ellas el trabajo
social), tiene su fundamento en la cosmovisión liberal, expresada en la
naturalización de la sociedad capitalista y del contexto colonial-imperial en
el cual se originó el pensamiento liberal. En tal sentido, se explican las
tesis presentadas por el profesor Vivero, según las cuales trabajo social, surgido desde el interior del
capitalismo, desarrolla prácticas sociales impregnadas por ideologías
hegemónicas reproductoras de exclusión social, por consiguiente, tales
mecanismos han actuado como elementos neutralizadores negando el rol político
de esta profesión.
Pero su planteamiento no se queda allí, en consonancia con los
cuestionamientos políticos y teóricos al pensamiento liberal promovidos desde
el marxismo, exige al trabajo social emanciparse de
la dominación ideológica del neoliberalismo, y asumir su inmejorable rol
político e histórico en la dinámica social, y en la utópica aventura de construir una sociedad
más justa, más solidaria y más democrática.
De esta manera asume una posición histórica, superadora de
las tradicionales descripciones historiográficas que relatan hechos y fechas
dedicadas a adornar las secuencias en un orden natural. Asumir una posición
histórica, como lo hace el profesor Vivero, implica pensar el trabajo social
desde el momento histórico que acontece en la sociedad chilena en particular
como parte de la sociedad latinoamericana. Un momento signado por relaciones de
poder entre los recursos ideológicos dominantes y hegemónicos y los mecanismos
de lucha de los sectores dominados.
En consecuencia, hace un llamado político al trabajo social
chileno, llamado que trasciende al trabajo social venezolano y latinoamericano,
reconociendo las similitudes y diferencias vivenciados en cada país, en cuanto
a clarificar en qué lado del
conflicto se sitúa este profesional. Así interroga, no sólo a la profesión como
tal sino, también a los actores sociales que encarnan esta práctica societal.
Por tal motivo, al preguntarse por el ser del trabajador social y la
trabajadora social cuestiona su accionar imparcial, objetivo, apolítico y a
veces antipolítico, fundamentado en una racionalidad de carácter instrumental y
tecnicista con sus implicaciones epistemológicas, ontológicas y axiológicas.
Históricamente, afirma Vivero, las trabajadoras sociales y
los trabajadores sociales con nuestra acción nos constituimos en cogestores del
poder; como parte del sistema hegemónico capitalista somos participes de una
práctica política, que aunque negada, tiene como finalidad constituirse en un
mecanismo de control ante los riesgos de explosión de la conciencia social de
los excluidos. Un reflejo de esta práctica es la pasividad y el silencio de
estos profesionales ante las consecuencias sociales de las políticas
neoliberales que abundan en toda América Latina.
Frente a esta pretendida neutralidad de las trabajadoras
sociales y los trabajadores sociales se develan diversas implicaciones en
cuanto al carácter político y científico de sus prácticas, expresadas por un
lado, en el alejamiento de sectores sociales excluidos, quienes ven en estos
profesionales personas capaces de acompañarles en el proceso de mejoramiento de
sus condiciones de vida, por el otro, en la negación del estatus científico del trabajo social en
ciertos debates académicos desde la hegemonía al interior de las ciencias
sociales.
Igualmente, pone sobre el tapete un interesante debate en
torno al pretendido rol de agente de cambio social, como una expresión más de
dominación, por cuanto niega que los procesos de cambio se construyan desde la
intersubjetividad en la interacción de los actores sociales concernidos.
Considerarse agente de cambio social es proyectarse en el papel directivo de
ser quien posee los conocimientos para producir el cambio social,
La sugerida discusión epistémica nos lleva,
consecuentemente a las interrogantes siguientes:
ü ¿Existen las posibilidades de una
posición crítica y reflexiva que desemboque en el ejercicio del Trabajo Social
como una acción social transformadora capaz constituir un aporte para el cambio
social, esto es, una práctica política cuyo quehacer cotidiano se coloque al
lado de los sectores excluidos más afectados por el neoliberalismo?
ü ¿Podrán los trabajadores sociales
y las trabajadoras sociales asumirse como integrantes de la clase trabajadora
asumiendo como proletariado su papel histórico de sepultureros del sistema capitalista?
Y si lo hacen…
ü ¿Estarán en condiciones de
construir nuevos puntos de partida, reconocer nuevos espacios de actuación y
apropiación de nuevos mundos de vida, de creación, de invención de nuevos lenguajes y nuevas formas de
pensamiento geopolítico que nos permitan deconstruir lo establecido al interior
del trabajo social, para luego asumir el desafío de nuevas prácticas sociales,
pero comprometidos políticamente con los sectores oprimidos?
Todo ello involucra
a su vez un ejercicio de empoderamiento o facultamiento social que rompa con
los lazos que nos amarran a la matriz capitalista neoliberal, que nos
constituyen en instrumentos de diciplinamiento, control y dominación para
llegar a ser parte de los procesos de transformación social, junto con las
multitudes excluidas.
· Asistente social, licenciado
en trabajo social con mención en desarrollo social y políticas sociales,
magíster en ciencias sociales aplicadas,
doctorando en procesos sociales y políticos de América Latina, Universidad ARCIS.
Docente de la Escuela
de Trabajo Social de la
Universidad Católica de Temuco y de la Universidad Tecnológica
de Chile, sede Valdivia.
[i] Esto sin perjuicio de reconocer que desde la academia se hacen permanentemente críticas al capitalismo
y su posterior evolución al neoliberalismo. Ejemplo paradigmático de este
intento por situarse en el lado contrario al capitalismo y desde ahí generar la
transformación social, es el denominado proceso de reconceptualización del trabajo
social. Pero en la práctica cotidiana, los trabajadores sociales y las
trabajadoras sociales, se ven enfrentados
a la dominación burocrática instalada por el ethos neoliberal, y a la vez, producto de esto mismo, se
transforman en instrumentos de dominación.
[ii] La Concertación
de Partidos por la
Democracia , es la alianza política que enfrentó y derrotó a la dictadura de Pinochet,
en el plebiscito de 1988, y desde 1990 está en el gobierno. Este conglomerado de centro
izquierda, está integrado por el Partido
Socialista (PS), el Partido por la Democracia (PPD), la Democracia Cristiana
(DC) y el Partido Radical
Socialdemócrata.
[iii] En este sentido pienso lo revolucionario como la utopía de hacer que
lo imposible sea posible, y no simplemente de pensar que algo es posible.
[iv] Esta intervención se presenta como una irrupción en un determinada
realidad, lo cual se fundamenta claramente en un lógica de poder, ya que el
trabajador social y la trabajadora social están investidos de un cierto poder
que, por un lado, se lo da su status
de saber y práctica, y por otro la institución a la cual representa, lo que se
traduce en un acción, muchas veces violenta, de penetración en el mundo más
íntimo de sus objetos de intervención.
[v] Hago la distinción para notar la diferencia epistemológica que uno u
otro término carga consigo.
[vi] La máxima expresión de esto se presenta en la formación entregada en
las escuelas de trabajo social, en el periodo de dictadura (1973-1990), en
donde se produce una involución teórico-metodológica,
privilegiando la tecnocratización por
cualquier otra alternativa de acción social, particularmente omitiendo la
formación de metodologías de intervención en la comunidad, y enfoques teóricos
derivados del marxismo. Algunas escuelas, sin embargo antes del retorno a la democracia, ya estaban
reincorporando teorías sociológicas y antropológicas, que reconocían en la comunidad las posibilidades de cambio
social.
[vii] Asumiré este concepto en vez de intervención social, dado que este
último tiene una connotación irruptiva y autoritaria. En cambio hablar de
acción social transformadora, lo entiendo como situarse dentro de un proceso con
otras alteridades en una relación horizontal, histórica y dialéctica
[viii] Simbólica o explícitamente, desde la institución se dan ciertos
mensajes, en que el profesional sabe que debe moverse en una dirección y no en
otra, o debe impedir que el proceso avance en otros sentidos que no hayan sido
establecidos a priori por la institución, lo que a la vez responde
también explícita o implícitamente a los intereses de la ideología dominante.
[ix] Para no asustar a los más conservadores, vuelvo a aclarar que lo digo
en el sentido de hacer que lo imposible sea posible, y no sólo pensar que algo
podría ser posible
[x] Aquí utilizo intencionalmente este concepto, para ser irónicamente
consecuente con el paradigma desde el cual se
sustenta la acción social.
[xi] Concepto desarrollado por Pierre Bourdieu, que, en un sentido bastante
general, se refiere a un sistema de disposiciones socialmente construidas,
estructuras sociales a la vez
estructurantes de lo social.
[xii] Foucault (1991) plantea que “una política progresista es una política
que define para una práctica las posibilidades de transformación precisamente
allí donde otras políticas sólo confían en la abstracción uniforme del cambio o
en la presencia taumatúrgica del genio”.
● Xiomara Rodríguez de Cordero. Trabajadora social egresada de la Universidad del Zulia
(LUZ), Magíster en Ciencias, doctoranda en ciencias humanas. Profesora de la Universidad del
Zulia e investigadora de la línea Representaciones,
Actores Sociales y Espacios de Poder. Miembro del Consejo Directivo de RELATS.
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